La Baja Edad Media es una época de cambios en todos los sentidos, y al tiempo de acontecimientos dramáticos que influyeron notablemente en el modo de vida y pensamiento de la sociedad europea. Las epidemias, las hambrunas, las guerras y los saqueos subsiguientes, las malas cosechas consecutivas, y, al final, la Peste Negra, crearon un grupo muy numerosos de desheredados, de pobres de solemnidad, muchos de ellos sometidos a la Iglesia como siervos, ya que los monasterios ejercían su poder como cualquier otro señor feudal y no tenían misericordia a la hora de recoger gabelas, cargas y tributos. Además, la riqueza y el oropel de los que hace gala la Iglesia hace que la indignación de muchos de estos hombres creciera hasta límites insospechados.
Es en el siglo III cuando, por primera vez en la historia cristiana, se identifica a una secta cristiana con la denominación de "cataros": se trataría de los novacianos. Sin embargo, la palabra cataros, del griego "Katharoi" o puros, no iba a volver a hacer referencia a otros cristianos, hasta pasados más de nueve siglos, cuando en el 1163, en Renania, el monje Eckbert von Schönau, lleva a cabo una serie de homilías y citas donde hace referencia a los herejes que por entonces hay en Colonia, de una manera despectiva, utilizando para ello la palabra "cátaros", fruto de un juego de palabras que, en alemán, tendría el significado de "los adoradores de los gatos". La intención de dicho sobrenombre o apodo, se fundamentaba en los rumores que corrían sobre los cátaros, donde se les acusaba de llevar a la práctica obscenos rituales con gatos. Este apodo tomó fuerza y fue el que popularmente fue utilizado para identificar a esta secta cristiana, quienes a si mismos se hacían llamar como "buenos cristianos" o "els bons homes" (los hombres buenos). En un concilio celebrado en 1022, en Orléans, en presencia del Rey Roberto el Piadoso, trece cátaros fueron condenados a la hoguera. Diez de ellos habían sido canónicos en la iglesia de la Santa Cruz, y otro había sido confesor de la Reina Constanza. En 1114 varios herejes que habían sido capturado en la Diócesis de Soissons fueron quemados por el populacho mientras sus casos estaban en discusión aún en el Consejo de Beauvais. Otros resultaron amenazados con recibir un trato similar o bien corrieron la misma suerte en Liège en 1144. Algunos de ellos fueron liberados sólo debido a la enérgica intervención del obispo local, Adalbero II. Durante el resto del Siglo XII, los cátaros aparecieron en rápida sucesión en lugares diferentes. En 1162, el Arzobispo de Reims, mientras estaba de visita en Flandes, los encontró ampliamente extendidos en esa parte de la provincia eclesiástica. La confiscación, el exilio, y la muerte fueron las penalidades que se les impusieron por Hugues, Obispo de Auxerre (1183-1206). La ejecución de cerca de ciento ochenta herejes en Montwimer, en mayo de 1239, fue un duro golpe para el catarismo en esos países.
A partir de esta época hay una gran emigración de cátaros al sur del Pirineo. Se instalaron en Andorra, la Tor de Querol, Berga, Josa, Gósol y Castellbó, así como en Barcelona, Lérida, sur de Tarragona –Montsant, Prades y la ribera del Ebro– aprovechando las franquicias que se otorgaban a los cristianos que repueblan los territorios recién conquistados a los árabes. Es en esta época cuando, en 1118 por primera vez, aparece el apelativo “catalani” para referirse a los habitantes de Barcelona. ¿es una derivación de “catarani”? ¿Viene tal vez a fomentar este asunto el hecho de que en 1167, un representante de los cátaros de Carcasona era conocido como Bernardo “Catalani”?
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