viernes, 11 de septiembre de 2015

Guerra de Secesión de Portugal

GUERRA DE SECESIÓN DE PORTUGAL 
6ª PARTE
En la década de 1660...


La situación era sumamente extraña. Los sublevados controlaban la práctica totalidad del territorio, pero se mostraban incapaces de manifestarlo y hasta de creerlo. El pueblo se limitaba a sobrevivir y a callar, mientras esperaba una acción del ejército español que acabase con semejante situación, pero el ejército español estaba sencillamente ausente. Y por su parte, la nobleza portuguesa llevaba largo tiempo entroncada en el resto de España; entre ellos los Villena, Osuna, Sarria, Benavente, Gelves, Pastrana y tantos otros. Algunos acabarían pagando con el desarraigo de su tierra natal las consecuencias derivadas de estos hechos.

El desgajamiento de Portugal del tronco nacional acabaría siendo llevado a cabo en el último periodo de la Guerra de los Treinta años, en general contraria a los intereses hispánicos en Europa, aunque “no fue posible conseguir que la independencia lusitana se ratificara en los tratados de Westfalia o en la Paz de los Pirineos.”[1]

“La única batalla del periodo fue la de Montijo, el 26 de mayo de 1644, de la que ambos bandos se atribuyeron la victoria, algo que permanece aún tanto en la historiografía hispana como lusa. Junto a esta batalla, solamente podemos encontrar otras dos operaciones de sitio dignas de mención. Por un lado el intento de cerco español sobre Elvas de 1644 -que duró menos de un mes, renunciando el comandante español, el Marqués de Torrecuso, a realizar un asalto sobre la ciudad al estar muy bien defendida-, y el cerco español de Olivenza de 1645, del que el Marqués de Leganés tuvo que desistir por la llegada de invierno.”[2]

En 1650, “la recuperación del rebelde reino de Portugal cada vez quedaba más lejos, pues la milicia encargada de lograr tal objetivo se iba desgastando poco a poco, al tiempo que sus lideres mostraban una nula eficacia para remontar la situación, dedicándole más tiempo a su beneficio personal que a las tareas de gobierno militar.”[3]

La balanza estaba por decantarse, pero parece que debía hacerlo por sí misma, ya que los nulos resultados de los separatistas portugueses, a pesar de la baja intensidad que el ejército imperial aplicaba al asunto presentaba un panorama que cuando menos podemos calificar de “raro”; en ese periodo, que cubre la nada desdeñable cifra de veintiocho años, desde “la proclamación de D. Juan IV de Portugal y la ratificación de las Paces de 1668, en el organigrama administrativo de la monarquía católica, siguió teniendo sitio una institución consagrada a los asuntos de Portugal. De este modo se mantuvo la ficción de que Felipe IV seguía siendo el soberano del ya desgajado reino.”[4]Una ficción que sólo podía producir gastos administrativos en una monarquía que se encontraba en quiebra.

En noviembre de 1656 murió Juan IV de Portugal, primer rey de la dinastía Braganza. Su sucesor era su hijo Alfonso VI, de tan sólo 13 años y con síntomas de desequilibrio físico, por lo que hasta 1662 la regencia estaría en manos de su madre, la bisnieta de la princesa de Éboli, Luisa de Guzmán, belicosa y de carácter como su bisabuela. Por su parte, los ejércitos españoles adolecían de deserciones masivas que no pudieron ser subsanadas hasta la firma del Tratado de los Pirineos con Francia. A partir de este momento llegaron tropas procedentes de Milán y de Flandes, lombardos, borgoñones, alemanes, franceses, irlandeses…que se unieron a los catalanes, portugueses y castellanos que luchaban por la unidad nacional, comandados por don Juan de Austria.

La revuelta de la Fronda en Francia había terminado en 1653, y la guerra de los Segadores había terminado en 1659 con el Tratado de los Pirineos. Acto seguido  se formarían tres ejércitos para la reconquista de Portugal, en Badajoz, en Galicia y en Ciudad Rodrigo. En Galicia se produjeron levantamientos contra las levas.

A estas alturas, el ejército francés se había rehecho y podría cumplir con los compromisos contraídos con Portugal. No había nada que desease más el rey Sol. “El mariscal de Schomberg, extranjero y hugonote, entró en Portugal con cuatro mil soldados franceses pagados con dinero de Luis XIV, que pasaban por estar a sueldo del rey de Portugal. (17 de junio de 1665) Esos cuatro mil soldados franceses unidos a las tropas portuguesas obtuvieron en Villaviciosa una victoria completa, que afianzó en el trono a la casa de Braganza.”[5]  Una victoria que había precedido otra sonada derrota del hermanastro bastardo de Felipe IV, Don Juan José de Austria en Extremoz. Estas derrotas conllevaron la caída de don Juan José, que era mirado por el pueblo como la tabla de salvación ante tanta desgracia. La regeneración nacional que se preveía en su actuación quedó en nada.

Inglaterra, que colaboraba abiertamente con los separatistas portugueses se instituye en este momento como mediador necesario en el conflicto, desarrollando desde ese momento todavía más, su actividad tendente a separar al pueblo español, creando una incomunicación entre españoles-españoles y españoles-portugueses que no obedece a ninguna razón histórica sino tan sólo a una sinrazón que sólo la acción decidida por parte de todos los españoles puede aparcar.




[1]Bouza, Fernando Jesús. Primero de diciembre de 1640: ¿una revolución desprevenida? Pag. 206
[2]  Rodríguez Hernández, Antonio José. Entrte la Guerra y la Paz. La Guerra de Restauración
[3]Caro del Corral, Juan Antonio. La Frontera cacereña ante la guerra de restauración de Portugal
[4]Luxan Meléndez, Santiago de. LA PERVIVENCIA DEL CONSEJO DE PORTUGAL DURANTE LA RESTAURACIÓN: 1640-1668.
[5]Voltaire. El siglo de Luis XIV. Pag. 54

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