viernes, 26 de agosto de 2016

La crisis del siglo XVII (5)

La primera medida que quiso llevar a efecto el conde duque fue la de la Unión de Armas, pero parece que Olivares, a pesar de tener buenas ideas, actuaba de forma anárquica, de forma que nada de lo que hacía acababa teniendo buen resultado.

El proyecto, vistos los argumentos, era positivo para todos, y el mismo Gaspar de Guzmán lo justificaba diciendo que “¿pues qué razón hay para que sean excluidos de ningún honor o privilegio de estos reinos, sino que gocen igualmente de los honores, oficios y confianzas que los nacidos en medio de Castilla y Andalucía, estos vasallos, no siendo de conquista, título de menos confianza y seguridad, y que hayan de estar desposeídos de los privilegios aquellos naturales de reinos y provincias en que V. M. ha entrado a reinar con un derecho asentado y llano y donde reinaron tantos descendientes de V. M. continuadamente?.../…No digo, Señor, que entre V. M. de golpe derogándolo todo, porque la fuerza de la costumbre es tan grande en el gobierno, que dificulta y desluce muchas veces los mayores aciertos y conveniencia; más convendrá que obrando poco a poco y con personas señalada y conocidas, se vea romper este hilo, dejándose entender que V. M tiene dictamen de que conviene introducir en las honras, oficios dignidades de estos reinos a los forasteros; esto sin declararlo, ni pasa adelante: oiránse los inconvenientes sin empeño grande ni considerable, y ellos irán enseñando lo que más conviniere y la razón de introduciendo en los oficios de aquellos reinos los naturales de éstos; y entrando esta confianza lentamente, y sin pedir capitulaciones, parece que se asegura el suceso sin empeñarse en él, quedando siempre a tiempo el mudar cuando pareciere…/… Que se llame extranjeros y recaten de ellos como tales, los que fueren naturales de los reinos y Estados de V. M. es conforme a toda razón de estado y gobierno; pero que se tengan por de este número los vasallos hereditarios de V. M. es tan lejos de ser conveniencia, que lo considero por uno de los mayores fundamentos del apretado estado a que se ve reducida esta Monarquía.”

Esa igualdad de derechos abarcaba todos los órdenes, entre ellos el militar, y para ello señalaba que debía existir un sistema de reserva compuesto a base de cuotas proporcionales, que determinara el número de hombres que debía aportar cada parte de la Corona española, quedando fijado de la siguiente manera: Cataluña 16.000; Aragón 10.000; Valencia 6.000; Castilla y las Indias 44.000; Portugal 16.000; Nápoles 16.000; Sicilia 6.000; Milán 8.000; Flandes 12.000; Islas del Mediterráneo y del Atlántico 6.000.
Esa reserva de 140.000 hombres, aunque no había de estar permanentemente de servicio, sí debía de hallarse siempre disponible para caso de urgencia, de tal forma que, si cualquier parte de la Monarquía era atacada por el enemigo, inmediatamente se movilizaría una séptima parte de ese contingente —20.000 hombres de infantería y 4.000 de caballería— para su defensa, y si era atacada por varios enemigos a la vez, se llamarían a filas tantas séptimas partes del total como arremetidas se recibieran.
Las cortes de Aragón y Valencia acabaron aceptando la unión de armas. Las Cortes Catalanas se cerraron en sus privilegios. “Cataluña siguió resistiéndose, convirtiéndose, en su mismo aislamiento, en un problema político y fiscal, problema que Olivares se había comprometido a resolver. Olivares comenzó a incrementar la presión sobre el principado, reforzando así el cada vez mayor resentimiento existente en Cataluña y el creciente sentimiento anticatalán que experimentaba la clase dirigente castellana, y ello en un momento, 1629-1632, en que la depresión comercial y la peste redujeron aún más su capacidad fiscal.”

En 1626 se celebraron cortes en Aragón. Las de Valencias se celebraron en Monzón, con el disgusto del reino, y en ellas se pidieron 2000 infantes, lo que fue considerado un agravio por la nobleza, pero que acabó siendo concedido por el brazo eclesiástico y popular. Las de Aragón se celebraron en Barbastro, con un desarrollo similar a las de Valencia.  En las de Cataluña, “los tres brazos de Cataluña, más que a servirle con generosidad, se manifestaron resueltos a ajustar cuentas al rey, y a indemnizarse de las sumas que antes le habían prestado, sin consideración a que se hallaba amenazado de las armas enemigas. Con tal motivo escribió Felipe de su mano a los catalanes una carta tan tierna y cariñosa, tan llena de lisonjas, de dulces y benévolas palabras, llamándolos varias veces «hijos míos», y dándoles otros dictados no menos afectuosos, explicándoles su situación comprometida, y haciéndoles ver que si no le socorrían y ayudaban, se vería en la necesidad de volver desairado y sin prestigio a Castilla (18 de abril, 1626), que formaba completo contraste con el duro lenguaje que acababa de emplear con los valencianos, y con los términos no menos duros en que escribió también a los pocos días a los aragoneses (26 de abril), requiriéndoles que le sirvieran con dos mil hombres pagados, y que en el término de tercero día le habían de responder «si o no», porque le corría tanta prisa que ya no podía esperar más. Ni la ternura ablandó los corazones de los catalanes, ni la dureza surtió efecto con los aragoneses; aquellos no mudaban fácilmente de resolución, y si bien éstos, en su mayor parte la tenían de servirle, no era fácil concordar los ánimos de todos.”

En 1632 volvió Olivares a presentar en las cortes catalanas la propuesta; “los catalanes se negaron a votar un solo céntimo, a pesar de las veladas amenazas de los ministros acerca de las consecuencias del disgusto real. Tal vez los catalanes se salvaron gracias al estallido de motines antifiscales en otros lugares, lo que hizo que Olivares adoptara una actitud más cautelosa. En Portugal se produjeron motines contra los nuevos impuestos en Oporto en 1628 y en Santarem en 1629. Aún más serio fue el movimiento de oposición que se puso en marcha en la provincia de Vizcaya en septiembre de 1631 como protesta contra un nuevo impuesto sobre la sal creado dos años antes.”


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