martes, 4 de octubre de 2016

Sertorio, el primer separatista (5)

Al volver Sila victorioso de su campaña contra Mitrídates en Grecia, fue uniendo a sus tropas a quienes habían huido de la degollina de Cinna y Mario. En los alborotos que siguieron a la noticia del regreso de Sila fue muerto Cinna, tomando Carbo el cargo de cónsul. 

Sila acometió la conquista del poder, y a su lucha se unieron Metelo, el joven Pompeyo que acabaría siendo honrado con el sobrenombre de Magno, y otros. Por otra parte, quienes habían colaborado con Cinna, temiendo la represalia de Sila, reclutaron un ejército para enfrentarse a él.   La guerra civil estaba servida, y con una particularidad: Sila iba con la intención de liquidar sin ninguna consideración a quienes habían colaborado con Cinna y Carbo. “contra los supervivientes Sila no ahorró ningún tipo de crueldad, tanto contra los individuos como contra las ciudades, hasta que se convirtió a sí mismo en el único dueño del Estado romano en su totalidad por cuanto tiempo deseó y quiso serlo.”   La guerra duró tres años en Italia, pero en España continuaría incluso tras la muerte de Sila, y si a Pompeyo “se le dio la dirección de la guerra contra Sertorio siendo simple particular, fue porque ninguno de los cónsules quiso tomarla, y L. Filipo declaró que le enviaba en lugar de los dos cónsules y no como procónsul.”  El motivo de esa diferencia es que Pompeyo era muy joven y por ese motivo no podía acceder al cargo de cónsul.

Cuando triunfó, Sila impuso la dictadura; imagen de gobierno sobradamente conocida desde que era aplicada en Grecia. No obstante, Sila aplicó una nueva variante, ya que lejos de preverse para un corto periodo, “por primera vez, al llegar a ser ilimitado en su duración devino en auténtica tiranía”. 

El desarrollo de la contienda hizo que Sertorio marchase a Hispania, en el conocimiento pleno que Sila exigía su cabeza. Metelo fue enviado a Hispania para combatir a Sertorio. La lucha sería larga y costosa. Duraría ocho años. “Antes de partir hacia España, Sertorio permaneció en Italia el tiempo suficiente para contemplar los inicios del desmoronamiento de la resistencia de los partidarios de Mario ante Sila.”

“Cinna que había confiado en su triunfo envalentonado, por el número de nuevos ciudadanos, al ver que, contra lo que esperaba, había prevalecido el arrojo de la minoría, se lanzó por la ciudad concitando a los esclavos en su ayuda bajo la promesa de libertad. Sin embargo, como no acudió ninguno, se apresuró hacia las ciudades cercanas, que no hacía mucho tiempo que habían obtenido la ciudadanía romana, Tíbur, Preneste y cuantas se extienden hasta Nola incitándolas a todas a sublevarse y haciendo acopio de dinero para la guerra. Mientras llevaba a cabo estos preparativos y planes huyeron a su lado aquellos senadores de su partido, Gayo Milonio, Quinto Sertorio y otro Gayo Mario.”

¿Qué eran los enfrentamientos entre estas dos banderías? “Sila no creía en nada y mucho menos en la posibilidad de mejorar a sus semejantes. El amor que tenía por sí mismo era tan grande que no le quedaba para ellos. Les despreciaba y estaba convencido de que la única cosa a hacer era mantenerles en orden. Por esto creó un formidable aparato policiaco y lo dejó en arriendo a la aristocracia: no porque la estimase, sino porque estaba convencido de que los otros, los populares, eran aún más despreciables y de que cada reforma suya habría empeorado las cosas.”

No parece que Sila representase la cabeza de un poder regenerativo del Imperio. Tenía sus valedores, como fue Cicerón, pero habrá que analizar en otro lugar la bondad o perversidad de sus métodos e intenciones.
Es el caso que “Sila derrotó a Mario el joven y sus aliados, entrando en Roma en el 82 a.C y tras asegurarse su dominio absoluto del poder, inició una terrible represión sobre el bando de los “populares”, ejecutando a 3000 prisioneros e iniciando las “proscripciones” o persecuciones a muerte e incautación de bienes de todos sus enemigos: 80 senadores, 1600 equites y 4.700 ciudadanos murieron durante el régimen de Sila. Las fortunas incautadas permitieron enriquecerse a los partidarios de Sila, entre ellos los posteriormente famosos Craso y Pompeyo Magno.” 
Al leer esa información nos alarmamos, máxime cuando las formas en que son relatadas, y contrariamente a lo que sucede en otros relatos, parecen responder a la exacta realidad.
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