viernes, 14 de octubre de 2016

Los realistas americanos (3)

Agustín Agualongo (2)


Casualmente, y como había sucedido en la península, tanto en las intervenciones de las tropas francesas como en las de las inglesas, “se entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes hasta el extremo de destruir, como bárbaros al fin, los archivos públicos y los libros parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas. La matanza de hombres, mujeres y niños se hizo aunque se acogían a las iglesias y las calles quedaron cubiertas con los cadáveres de los habitantes, de modo que “el tiempo de los Rifles”, es frase que ha quedado en Pasto para significar una cruenta catástrofe” 

Bolívar, a lo que resulta de las opiniones vertidas sobre Pasto, hubiese deseado que nunca hubiese existido… o hubiese deseado exterminarlo como posteriormente sería exterminado el pueblo selkman en la Patagonia. “Pasto y su gente se convirtió, durante gran parte de la campaña Libertadora, en un tremendo dolor de cabeza para el Libertador Simón Bolívar. Fueron ocho años de sangrientos enfrentamientos, en los que nosotros podemos decir que Simón Bolívar demostró su estado bipolar al buscar en todo momento castigar de la manera más dura y salvaje a la ciudad y sus moradores, que en gran mayoría siempre insistieron en permanecer fieles a la corona española y, ante todo, a sus propios fueros.”

Pero si los “libertadores” no fueron capaces de exterminar físicamente a los pastusos, no dudaron en intentar llevar esa labor en otros ámbitos; así, “las risas contra el pastuso han sido la forma insulsa como el pueblo colombiano se resiste a aceptar su fracaso colectivo, la forma grotesca de desconocer su propio error, la manera torpe de esconder sus equivocaciones. De nada le sirvió al pueblo colombiano su cuota de sangre en las revueltas “populares” de 1800, su sangre únicamente sirvió para abonar las grandes fincas de otros, de los que en realidad querían destronar a un rey para instaurar la dictadura de sí mismos.”

“¡Malditos! ¡Demonios! ¡Infames! ¡Malvados! ¡Infelices! ¡Desgraciados! Fueron entre otros los epítetos insultantes con que calificaría Bolívar a los Pastusos. No quería a este pueblo y su gente y por eso pretendía llevar a cabo su completa destrucción como se registra con las históricas ciudades de Numancia o Cartago, a las cuales él mismo hizo alusión en su oportunidad ponderando el valor y orgullo de los pastusos. En nuestro concepto, el clímax de ese odio desaforado fue el bárbaro ataque que Bolívar ordenó contra Pasto, el cual fue ejecutado bajo las órdenes de Antonio José de Sucre, constituyéndose en un espantoso cuadro de violencia y salvajismo desatados contra una población indefensa. En la historia tremenda de la independencia de América no hay hechos de mayor crueldad que los que se ejecutaron contra los vencidos pastusos: destierros en masa al Perú, a Guayaquil, a Cuenca; contribuciones forzosas, reclusión de mujeres, requisa de caballos, ejecuciones secretas, lanzando a los abismos del Guáitara amarrados por parejas las victimas, despojos de bienes, redadas de hombres para formar batallones. Y esas bárbaras represiones tuvieron que soportarlas todos: los hombres del pueblo y los nobles, los clérigos y los labriegos, los indios, los mestizos y los blancos. ‘Los tiempos heroicos de Pasto están floridos de episodios de singular grandeza de ánimo. Cualquiera de ellos es sugestionante y revelador del carácter del pueblo pastuso’, dice la historia.” 

Y la acción y resistencia del pueblo pastuso seguirá siendo un  ejemplo para el pueblo hispánico. “Solo una mente bipolar desequilibrada pudo ordenar unas acciones tan terribles, en contra de un pueblo entero. Con este ataque del ejército patriota [separatista] a la ciudad, Simón Bolívar demostró una vez más su odio visceral en contra del pueblo pastuso y como instrumento de su sangrienta venganza, utilizó a su paisano, el General Antonio José de Sucre, el oficial de sus mayores afectos, quien, de manera inexplicable, permitió a los soldados a su mando el perpetrar toda clase de iniquidades, como jamás se habían visto.” 

El genocidio de Pasto, por otra parte, no fue sino una etapa más de la “guerra a muerte” que había decretado en 1813. Pero en la mente de Bolívar debió ser algo más. Su odio hacia los pastusos parece alcanzar un grado de enfermedad., a juzgar por lo descrito por
Luis Perú de Lacroix, masón y edecán de Bolívar, que escribió en sus memorias algunas sentencias del “libertador”: “Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, por que jamás se olvidarán de nuestros estragos”. ” 

Pero esa posible desviación mental encontraría apoyo en quienes se encontraban interesados, no por enfermedad, sino por codicia, en el exterminio de Pasto, y es que Pasto representaba un excelente polo de desarrollo industrial y comercial, al margen de los intereses británicos; algo que era necesario allanar. “Al arruinar del todo a Pasto, sobre todo liquidando o expulsando su población urbana, Bolívar muy hábilmente se ganó gran parte del apoyo de las élites que precisamente no querían tener la creciente competencia de la pastusa y de su entrada rápida a la producción manufacturera. “

Si penoso es el genocidio “per se”, adquiere tintes incalificables cuando observamos que no es producto de enfermedad mental sino de codicia. ¿Qué actuación cabe al respecto?
Es el caso que, tras los estragos llevados a cabo sobre Pasto, la mayoría de los jefes patriotas se dejan caer en la pesadumbre. No es el caso de Agualongo, quién creía haber encontrado el momento de la revancha y se lanzó sobre Quito con un ejército de unas ochocientos voluntarios. En el curso de esta campaña  tomó Ibarra el 12 de Julio de 1823, pero el 17, tuvo un nuevo encuentro que resultó fatal.
El enfrentamiento de Ibarra se convirtió en otra catástrofe a sumar en el triste balance de los pastusos y de la Hispanidad: En un acto de ¿suerte?, ¿astucia?..., el ejército separatista, comandado por el agente británico Simón Bolívar, infligió una terrible derrota a los pastusos, de los que la práctica totalidad pagó con su vida la ilusión de la venganza.

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