sábado, 14 de enero de 2017

SIGLO XIX: OBJETIVO, LA DESTRUCCIÓN DE ESPAÑA (3)

Al respecto, en estas fechas de 1836 diría el pensador Donoso Cortés:

En todos los grandes períodos en que la historia moderna se divide, las guerras y las alianzas son determinadas por un principio dominante. Desde la destrucción del imperio romano hasta la paz de Westphalia, el dominante es el principio religioso. Desde la paz de Westphalia hasta la revolución francesa, los intereses materiales son los que predominan, y las alianzas y las guerras tienen por objeto resolver la cuestión del equilibrio del mundo. Desde la revolución francesa el principio político prevalece sobre la cuestión religiosa y sobre la del equilibrio europeo, y las guerras y las alianzas tienen por .objeto resolver si las sociedades se han de constituir monárquica o democráticamente, si ha de triunfar la historia o la filosofía. (Donoso 1848: 151)

Parece que el análisis del gran pensador era exacto. Los principios religiosos y los principios humanos no son reconocidos por el pensamiento liberal, que todo lo somete a la utilidad del momento. Tan es así que en los momentos que nos ocupan, los liberales no se ruborizaban al definirse a sí mismos como patriotas… Era algo que les convenía dado que no habían conseguido implantar, todavía, el electroencefalograma plano en la mayor parte de la sociedad, que sin rubor abrazaba las armas para combatir al régimen liberal en defensa de los valores hispánicos.

Pero como evidentemente tenía razón Donoso Cortés, predominaban los intereses materiales, y éstos convertían a los liberales en servidores fieles de sus referentes, los británicos, a quienes debían servir en bandeja de plata la pieza de caza que les habían asignado: España. La España europea, porque la España americana ya estaba siendo deglutida a placer, entregada, también en bandeja de plata, por los “libertadores”.

La cuestión, en lo que quedaba de España, se dirimía no sólo entre los apostólicos y los liberales, sino también, dentro del campo liberal, entre los que querían llevar una progresión lenta, los conocidos como conservadores, y los que pretendían un descuartizamiento rápido, los progresistas, lo que provocó que aquellos, finalmente, acabasen disolviendo la fuerza de choque que los progresistas tenían en la temida Milicia Nacional, organización paramilitar legal, pagada (se les conocía como peseteros), que ejercía funciones de policía política.

Fue en 1841 cuando el barón de Meer, por su cuenta, procedió a desarmar la milicia nacional en Barcelona, lo que ocasionó graves críticas por parte de los sectores progresistas partidarios de Espartero, que era regente desde el año 1840.

Pero no por ello se redujo la conflictividad; así, en 1842 se produce una importante
protesta en Barcelona contra la reforma arancelaria que amenazaba el monopolio de los productos textiles en España al abrirse los mercados a productos ingleses.
Entonces, el progresista Espartero ordenó el bombardeo de la ciudad condal, orden que fue cumplida escrupulosamente por parte de Juan Van Halen, también conspicuo masón que, desde su posición de progresista tomó importantes medidas coercitivas sobre las asociaciones laborales.
Con la sublevación que se produjo en Barcelona en noviembre de 1842, que acabó con el bombardeo de la ciudad por parte de las tropas del gobierno, el capitán general de Cataluña acusó a la Sociedad de Tejedores de muchos de los sucesos, disolviéndose el 16 de enero de 1843, y además se prohibió la formación de cualquier asociación obrera. (Tormo: 10)

Pero como esta actuación, si algo tenía era el ser impopular, la antigua e incomprensible admiración por el ayacucho que no estuvo presente en tan deplorable “batalla”, acabó desapareciendo, y con ello acabó reportándole el exilio. Y es que pronto los mismos progresistas, entre ellos Prim, tomarían posiciones contrarias a Espartero, levantándose en armas y haciéndolo huir… a Inglaterra, donde recibió honores de jefe de estado. Lógicamente, sería resarcido de algún modo: en 1848 sería nombrado senador y  embajador plenipotenciario en Londres, para ser nuevamente presidente del Consejo de Ministros en 1854.

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