jueves, 2 de marzo de 2017

Nada en común (IX)

Sigue 1965

No se puede decir de Cesáreo que, si no se vio envuelto en el lío de Ricardo, fue por pusilanimidad. Y no se puede decir, porque en la clase existían dos alumnos que se llevaban la palma en castigos: José y Cesáreo. ¿Motivos? Sin lugar a dudas inocentes.

Recuerda con alegría el castigo de estar tres meses de rodillas, como recuerda con alegría aquel día que fue castigado, él y toda la clase, ¿niñas incluidas? (ahora tiene dudas), a un bofetón por parte del señor Moreno.

¿Por qué sería la torta? Ahora, cualquier psicólogo tarado verá en el hecho una alteración de la psique del Sr. Moreno. Pobre hombre. Lo que sucede es que debía estar hasta el gorro de aquella tropa, y la única manera de reconducirla era asentando su mano sobre las tiernas mejillas de quién se había pasado. La tropa acabó dándole las gracias, al menos Cesáreo, que siempre recordó el hecho con cariño, y lo que es más curioso,
habiendo olvidado por completo qué provocó tan justa reacción.

Y es que, en aquellos momentos, los educandos no tenían “profesionales de la educación” al frente de las aulas, sino maestros; personas que creían en la educación, que se lo tomaban a pecho; personas que, como es el caso, si tenían que dar una torta, lo hacían con dolor y sin remordimiento... y con la anuencia de los progenitores. Nada que ver con la triste realidad de la educación en España en el último cuarto de siglo XX y hasta la fecha.

Ahora, en vez de maestros hay “profesionales de la enseñanza”; pobres personas a las que la administración no les permite superar su situación de funcionarios; a quienes se les obliga a ser incapaces de comprender que están tratando con personas; pobres personas que en demasiadas ocasiones se ven acosados por unos chiquillos que han perdido su condición de educandos y ejercen como auténticos tiranos, discípulos de un
sistema antihumano cuyo fin es crear esclavos; de un sistema que, para cubrir sus objetivos, quita toda autoridad a quienes debían ser maestros, al tiempo que engaña a quienes debían ser educandos, invistiéndolos de unos supuestos derechos que a la postre, amén de amedrentar a sus educadores, hará de ellos mismos unos siervos indefensos; unos pobres autómatas sin ningún tipo de criterio que, fácilmente manipulables, se creerán libres al poner una papeleta en una urna con el objetivo de legitimar el gobierno del tirano; del mismo tirano que lo mantiene inculto, manipulado por unos medios de comunicación incalificables, y totalmente incapacitado para ejercitar cualquier acto de libre albedrío.

¿Qué habrá sido de D. Pedro?; ¿qué del señor Moreno? Ambos, por cuestiones de edad estarán jubilados hace años, pero ¿habrán aguantado el tirón? ¿se habrán adaptado al sistema? ¿o habrán sido de los que han optado por el engaño de la prejubilación anticipada al objeto de huir de su triste situación?

Lo que resulta evidente es que, entonces, ni los chicos ni los maestros necesitaban “ayuda psicológica”. Curiosamente ahora es justo al revés. Curiosamente, ahora, en democracia, los “profesionales de la enseñanza” se ven obligados a buscar ayuda médica, psicológica y policial, mientras los educandos se ven abocados a la delincuencia, a la falta de respeto a quién les rodea, a agresiones de otros compañeros, a atención psicológica... Pero pueden votar. Para el sistema, el cambio es positivo. Dicen que todos somos más libres...

La toma de contacto con la O.J.E. fue sumamente significativa para Cesáreo. Allí conoció el desarrollo de la libertad y el desarrollo del pensamiento. En vez de escuchar que todos éramos iguales, como sucede ahora mismo y desde hace casi medio siglo, cuando debemos constatar que unos son más iguales que otros, vivió desde el primer momento la igualdad.

Un uniforme austero garantizaba que nadie hiciese alardes; garantizaba una primera igualdad que se mantendría en todos los aspectos de la vida que permitía contemplar lo que realmente hacía distintas a las personas: su capacidad de entrega y su capacidad de discernimiento.

Allí comprobó que en el capítulo de derechos, ciertamente todas las personas debemos ser iguales; y ello implica la diferencia en lo tocante a las responsabilidades.

Y es que las personas son distintas unas de otras, y casi casi podemos decir que cuanto más distinta es una persona, es más igual a las demás.
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